Es algo generalizado que cuando tomamos la sabia decisión de comenzar a cuidarnos optemos por una alimentación sana y equilibrada a la vez que incorporamos a nuestros hábitos la realización de una actividad física que nos ayude a mejorar nuestra salud y nuestra calidad de vida.
A la hora de realizar esta actividad hemos de ser muy selectivos tanto para escoger las actividades que mejor se adapten a nuestros objetivos, como para seleccionar los profesionales adecuados que te ayuden a alcanzar tus metas y siempre en las mejores condiciones de seguridad.
Es necesario plantear en primer lugar unos objetivos que se quieran conseguir teniendo en cuenta que estos pueden ser muy variados y muchas veces complementarios unos de otros: divertirse, mejorar la condición física en todos sus aspectos, desestresarse, activarse, sociabilizarse, mejorar la condición psicológica, descansar mejor, prevenir lesiones o enfermedades, retrasar efectos degenerativos del envejecimiento u otras patologías… en definitiva un largo etcétera que debemos contemplar antes que nada. Estos objetivos son los que dirigirán la clase de actividad física que necesito. Previamente he de conocer los diversos tipos de actividad que existen. Si la vemos en función de la intensidad (medida como gasto metabólico, liberación de energía o ajustes cardiovasculares) la actividad física, se puede clasificar ésta en dos grandes grupos:
a) La actividad física de baja intensidad (pasear, andar, actividades cotidianas del tipo de faenas domésticas, comprar, actividades laborales, actividades al aire libre, etc.) se caracteriza por ser poco vigorosa y mantenida. Por ello, tiene algunos efectos sobre el sistema neuromuscular (incrementos en la fuerza muscular, flexibilidad y movilidad articular) pero muy pocos efectos cardiorrespiratorios. El valor de la misma en los programas será, pues, el de preparación, tanto física como psicológica, para programas de ejercicio más intenso en ancianos muy debilitados o sedentarios.
b) La actividad física de alta intensidad que, a su vez, puede ser subdividida, teniendo en cuenta las formas en que el músculo transforma y obtiene la energía necesaria para su realización, la duración del ejercicio y la velocidad en la recuperación, en dos tipos: anaeróbica y aeróbica.
La actividad física de tipo anaeróbico es aquella en la que la energía se extrae de forma anaeróbica, enzimática, sin oxígeno. Son ejercicios que exigen que el organismo responda al máximo de su capacidad (la máxima fuerza y velocidad posibles) hasta extenuarse. Los más populares son correr al sprint (60 m, 100 m, etc.), levantar pesas pesadas, tensar dinamómetro, etc. La duración es breve (segundos). Sus efectos principales tienen lugar sobre la fuerza y tamaño muscular. Sus consecuencias inmediatas son una alta producción de ácido láctico como consecuencia del metabolismo anaeróbico y, por ello, la rápida aparición de cansancio, aunque con recuperación rápida (minutos). El ejercicio de tipo anaeróbico no es recomendable para los programas con personas de edad avanzada.
La actividad física de tipo aeróbico es aquella en la que la energía se obtiene por vía aeróbica, por oxidación o combustión, utilizando el oxígeno. Son ejercicios que movilizan, rítmicamente y por tiempo mantenido, los grandes grupos musculares. Los más populares son la marcha rápida, correr, montar en bicicleta, nadar, bailar, etc. Sus efectos principales son de fortalecimiento físico (especialmente por mejoras en los sistemas cardiovascular, respiratorio, neuromuscular y metabólico) y el aumento de la capacidad aeróbica (cantidad máxima de oxígeno que un sujeto puede absorber, transportar y utilizar). La duración es larga (minutos u horas), la fatiga demorada y la recuperación lenta (horas o días).
La actividad física aeróbica es la más saludable y, por ello, el tipo de ejercicio físico más utilizado en Medicina y Psicología de la Salud, y sobre el que nos orientamos, pertenece a esta modalidad.
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